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Libros para ser libres

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Libros para no participar en un rebaño alienado. Antes alienado quería decir loco, pero parece que ahora el loco es el que no está alienado, el que no sigue al rebaño colectivo, el que se sale de la norma de lo habitual porque no le parece tan normal. Quizá haya que rescatar un poco de esa locura disidente para ser creativos, porque si nos dejamos llevar por la corriente, solo nos quedará hacer como que nos seducen las creaciones de otros, muchas bastante poco interesantes o incluso inconvenientes. Y yo diría que la única vía de escape a la mediocridad se encuentra en los libros. Lo escribo así, con discreción, porque seguro que existen miles de argumentos de no lectores en cuanto a la disponibilidad de muchos otros caminos para escapar de la vulgaridad y contribuir al desarrollo cultural. Lo que pasa es que cualquiera de esas vías se ha trasmitido a través de la escritura. Todo el conocimiento se trasmite a través de las letras, incluidas las artes plásticas, la música o el cine, y hasta profesiones u oficios muy alejados de los asuntos intelectuales, también necesitan palabras escritas para trasmitirse, si no, desaparecerían, como toda la tradición oral antigua, de la que solo conocemos lo que se ha escrito.

Libros para pensar, para disponer de palabras con las que pensar. Si conocemos pocas palabras, solo elaboraremos pensamientos limitados. Me llaman la atención las personas que piensan que leer ficción no les aporta nada porque las historias no son verdaderas, de ahí la importancia que dan algunos a que los textos literarios estén basados en hechos reales. Pero en realidad, qué importa que una novela dé cuenta de una historia real o no, la cuestión es que seamos capaces de creérnosla mientras navegamos entre sus páginas, no hay ninguna necesidad de contrastarla, para eso están las noticias y ya tienen serias dificultades para no inventar, esa tendencia tan humana. Tan divina. Y si queremos aprender de un tema que nos interese, verdadero, y acudimos al ensayo, qué delicia leer un texto escrito con arte, aunque trate sobre física de partículas. Es curioso que no se les suela exigir el mismo compromiso con la realidad al cine o a la televisión. De hecho, hay gente que se cree hasta la telebasura.

Si no leemos, no dispondremos de juicio para discrepar, para ser críticos con nuestra sociedad, para aportar palabras a criterios nuevos, para cuestionar. Y si no hacemos todo esto, no podremos evolucionar. Si no evolucionamos, involucionamos seguro, porque el equilibrio siempre es inestable: o se avanza o se retrocede, es imposible estar quieto.

Muchas veces rescatar la lectura se consigue en un solo clic, con una recomendación acertada y oportuna según el momento vital de cada uno. Porque todos pasamos por etapas en las que nos apetece leer más de una cosa que de otra y las vamos alternando. Así me ha ocurrido recientemente al recomendar un libro que leí hace poco, David Golder, de Irène Némirovsky, por si lo quieren leer. La persona a la que se lo sugerí me ha agradecido que a través de sus páginas ha retomado su afición lectora, de lo que me alegro mucho. Es lo que me pasó a mí de adolescente, que mis profesores de literatura decidieron organizar en mi instituto de secundaria una feria del libro, algo completamente novedoso en el sur de Tenerife en los primeros ochenta. Esa mini-feria activó mi clic para siempre. También les estoy muy agradecida. Quizá por eso sienta el compromiso de compartir mis lecturas con otros, por si funciona, muchas veces no funciona. Yo soy de las que piensa que hay un libro o un estilo para cada uno, es cuestión de encontrarlo.

Los libros rescatan –de la ignorancia–, transforman, enriquecen, iluminan, divierten, emocionan, angustian, irritan… flipan, y como efecto secundario, entretienen, pero no son un entretenimiento, son una actividad liberadora. No hay más que ver cómo la han tomado con ellos los dictadores a lo largo de la Historia, algo de subversivos tendrán. Y mucho de emancipadores.

Me confieso, soy activista de las letras.